Testimonio
Me llamo Beatriz, y tengo un hijo con diagnóstico de autismo sin discapacidad intelectual asociada, el antiguo síndrome de Asperger. Se llama Erick, tiene 6 años y vive en Soria con su familia que está compuesta por su padre, su hermana y por mí. Cursa 3º de educación infantil en un colegio ordinario con apoyos (recurso CLAS).
Erick siempre ha tenido problemas con la comunicación. Cuando mi hijo era pequeño no hablaba, no se hacía entender, pero al principio esto no nos preocupaba en exceso, ya que hay niños que tardan en comenzar a hablar más que otros. Sin embargo, pronto empezamos a notar que su desarrollo no avanzaba como el del resto de los niños, y cada vez su familia, lo empezábamos a pasar peor porque no conseguimos comunicarnos con él.
Además, la falta de lenguaje no era lo único. Erick tenía rabietas continuas, y siempre estaba inquieto y nervioso. La peor parte siempre era cuando nos enfrentábamos a la alimentación, ya que no quería comer y se enfadaba mucho. ¡qué duro era ese momento para todos!
Poco a poco, yo y mi marido empezamos a estar más preocupados, porque no sabíamos qué le pasaba a Erick, no entendíamos el porqué de estos problemas, pero sobre todo nos angustiaba el hecho de no saber que podíamos hacer para ayudarle y mejorar.
Ante esta situación, recurrimos a la pediatra, y fue ella quien nos derivó al Centro Base debido a su retraso en el lenguaje a los dos años de edad. No existía en ese momento ninguna sospecha de TEA.
Al llegar al Centro Base, Erick fue valorado por una psicóloga, y en base a dicha evaluación, se le reconoció una dependencia en grado II. A partir de ahí, comenzó a asistir a sesiones semanales de logopedia durante 1 año en este mismo centro con el objetivo de mejorar las dificultades de comunicación y facilitar el desarrollo del lenguaje.
Yo pude participar en todas las sesiones de mi hijo, que eran muy completas. Trabajan con gestos y pictogramas para facilitar la comunicación y favorecer que apareciera el lenguaje. Además, también buscaban mejorar la atención conjunta, el contacto ocular, y el comportamiento. Esto lo completaban con algunas pautas generales sobre comunicación, lenguaje y conducta que nos dieron a la familia. No obstante, muchas veces no sabíamos cómo aplicarlas en nuestro hogar.
A pesar de todo este trabajo, en el centro base no nos daban ningún diagnóstico y eso nos llenaba de intranquilidad. Recuerdo que me pasaba el tiempo buscando en Internet para ver si encontraba más información. Todo lo que veía me parecía que coincidía con Erick, así que estaba de los nervios pensando que tal se nos estaba escapando algo clave con lo que poder ayudar a nuestro hijo.
Esta situación se prolongó hasta que a Erick le tocó iniciar su etapa escolar en Educación Infantil (segundo ciclo), y con ello finalizaba su asistencia al programa de Atención Temprana. En este momento, todavía seguíamos sin tener un diagnóstico concreto, sólo retraso del lenguaje. Por ello, hablamos con la logopeda del centro base, y fue ella misma la que nos sugirió buscar una valoración más completa y profunda para nuestro hijo que pudiera darnos más pistas de lo que le ocurría y permitiera centrar más los objetivos de una intervención que no había terminado y que iba a seguir necesitando.
Le hicimos caso, y acudimos a un neuropediatra quien finalmente llegó a su diagnóstico de TEA. No obstante, para entonces, Erick ya tenía casi 4 años.
Cuando nos lo dijeron, fue un jarro de agua fría. Mi hijo había evolucionado bastante en el lenguaje con su intervención en logopedia, pero tal vez, si hubiéramos contado con este diagnóstico antes, Erick hubiera podido recibir atención temprana más integral con participación de otras especialidades y estoy segura que le hubieran ayudado a mejorar también en otras áreas.